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Quedaron en pie uno frente a otro. Vasily, con los ojos inyectados en sangre, el cuello alargado hacia delante, apretados los puños, miraba a su hijo, a cuyo rostro llegaban el calor y el olor a vodka de su aliento.

Jacobo, con la cabeza echada un poco atrás, vigilaba atenta y sombríamente los movimientos de su padre, dispuesto a parar los golpes, y aunque tranquilo en apariencia, todo cubierto de sudor. Entre ambos se encontraba el tonel que los servía de mesa.

—¿Crees que no podré azotarte?—preguntó con voz ronca Vasily, encorvándose como un gato que se dispone a dar un salto.

—Aquí todos son iguales. Tú eres obrero, y yo también.

—¿De veras?

¡Vaya! ¿Qué me quieres? ¿Crees que no se me alcanza?... Ante todo debías tú...

Vasily lanzó un aullido, y dió un puñetazo tan rápido, que Jacobo no tuvo tiempo de apartarse. El puño de su padre cayó sobre su cabeza.

Se tambaleó y enseñó los dientes, sin quitar los ojos del rostro bestial de Vasily, que alzaba la mano por segunda vez.

—¡Ten cuidado!—advirtió, apretando los puños.

—¿Cómo? ¿Te atreves a amenazarme?

—Ten cuidado, te digo.

—¡ Cómo! ¿ Amenazas con los puños a tu padre..a tu padre... a tu padre?...

La cabaña era demasiado estrecha. Los pies de