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aldea se encuentra a cuatro verstas de la capital.

—Bueno, bueno... Si el azar me lleva por allí algún día, iré a verte.

—¡Adiós!

—¡Adiós, muchacho!

—¡Adiós, Malva!—dijo Vasily con voz sorda, sin mirarla.

Ella se secó, sin apresurarse, los labios con la manga, y, apoyando las blancas manos en los hombros de Vasily, le besó tres veces, grave y silenciosa, en la boca y en las mejillas.

Vasily, confuso, balbuceó algo ininteligible.

Jacobo bajó la cabeza para ocultar su sonrisa.

Serechka estaba tranquilo, y hasta bostezó ligeramente, mirando al cielo.

—Pasarás calor en el camino—dijo.

—No importa... ¡Bueno, hasta la vista, Jacobo!

—¡Adiós!

Estaban en pie uno frente al otro, sin saber qué hacer. La triste palabra "adiós", pronunciada tantas veces y de un modo tan monótono en aquellos últimos instantes, despertó en el alma de Jacobo un sentimiento de cariño filial; pero no sabía cómo expresarlo: ¿abrazaría a su padre, como había hecho Malva, o le estrecharía la mano, como Serechka? Vasily se sentía ofendido por la indecisión que denotaban la actitud y el rostro de su hijo; además, experimentaba algo como vergüenza ante Jacobo, provocada en él por el recuer-