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si las palabras salieran con dificultad de su boca.

La mano con que se acariciaba la barba temblaba.

Malva le miraba fija. Serechka tenía un ojo entornado, y con el otro, muy abierto, miraba atentamente a Jacobo, que, aunque estaba alegrísimo, temía manifestarlo y callaba, mirándose los pies.

—No olvides a tu madre, Jacobo... Sólo te tiene a ti—decía Vasily.

—¡Bueno, bueno!—repuso Jacobo contrariado. No la olvido.

—Tanto mejor, pues—se congratuló su padre, mirándole receloso—. Me creo en la obligación de recordártelo.

—Está bien...

Vasily exhaló un profundo suspiro.

Durante algunos largos minutos, los cuatro guardaron silencio. Luego, Malva dijo:

—No tardarán en llamar al trabajo.

¡Bueno; me voy!—declaró Vasily levantándose.

Los otros se levantaron también.

—¡Adiós, Sergio!—dijo Vasily—. Si alguna vez viajas por mi tierra, ven a verme: vivo en la aldea Mazlo, del distrito Nicolo—Likov, en la región de Limbirsk.

—¡Bueno!—contestó Serechka.

Tomó la mano de Vasily y, reteniéndola unos instantes en su ancha zarpa cubierta de pelos rojos, miró sonriendo su rostro triste y grave.

—Todo el mundo conoce Nicolo—Likov—añadió Vasily Es un distrito muy importante... Y mi