Página:Manifiesto á las naciones del Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas (Lima. Imprenta de Ruiz. Año de 1820).djvu/11

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XI

sonjeábamos con esperanzas vanas! España no recibió tan generosa demostración como una señal de benevolencia, sino como obligación debida y rigorosa. La América continuó regida con la misma tirantez, y nuestros heroycos sacrificios sirvieron solamente para añadir algunas páginas à la historia de las injusticias que sufrimos.

Este es el estado en que nos halló la revolución de España. Nosotros acostumbrados à obedecer ciegamente quanto allá se disponía, prestamos obediencia al rey Fernando de Borbón no obstante que se habia coronado, derrivando à su padre del trono por medio de un tumulto suscitado en Aranjuez. Vimos que seguidamente paso à Francia; que allí fue detenido con sus padres y hermanos, y privado de la corona que acababa de usurpar. Que la nación ocupada por todas partes de tropas francesas, se convulsionaba, y entre sus fuertes sacudimientos y agitaciones civiles, eran asesinados por la plebe amotinada varones ilustres que gobernaban las provincias con acierto, ó servían con honor en los exércitos. Que entre estas oscilaciones se levantaban en ellas gobiernos; y titulándose supremo cada uno, se consideraba con derecho para mandar soberanamente à las Américas. Una junta de esta clase formada en Sevilla, tuvo la presunción de ser la primera que aspiró à nuestra obediencia; y los vireyes nos obligaron à prestarle reconocimiento y sumision. En menos de dos meses pretendió lo mismo otra junta titulada suprema de Galicia; y nos envió un virey con la grosera amenaza de que vendrían también treinta mil hombres, si era necesario. Erigióse luego la Junta Central, sin haber tenido parte nosotros en su formación, y al pun-