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Página:Manuela Rosas.djvu/12

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el incienso de sus lisonjas. Y dibujarla, idealizándola con rasgos estravagantes, algunos mercenarios escritores que, en la Europa como en la América, han pretendido formar un cielo, un aire, un sol donde subir y colocar la diosa bellísima de sus imaginación, pero que ellos se empeñan en llamar Manuela Rosas, de Buenos Aires, en 1840, 45, etc.

En buena hora también los adversarios poco reflexivos del dictador argentino, se afanen en presentar a su hija como un modelo de perdición.

Unos y otros no habrán hecho más que falsificaciones de un personaje que pertenece ya a la historia argentina; y como tales, sus pinturas apasionadas pasarán inapercibidas más tarde, ante el ojo frío y desinteresado del historiador.

Emprender un trabajo circunspecto y tranquilo sobre esa mujer, es hoy una empresa con más dificultades de lo que