Página:Manuela Rosas.djvu/13

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parece al primer examen; no por el trabajo en sí, sino por las vulgaridades con que se habrá de luchar en una época en que el vulgo de las ideas y de los hombres predomina con admirable superioridad entre nosotros; quiero decir, en Buenos Aires y Montevideo.

Arrostrando, pues, ese inconveniente vamos a ocuparnos de Manuela Rosas, en un sentido nuevo, y más racional que aquellos que se han adoptado antes para hablar de ella.

Perdón, señorita; voy a tocar ciertas fibras de vuestro corazón, y os estremecereis un momento; voy a levantar una punta del velo misterioso de vuestra vida íntima, y vuestro semblante se encenderá de pudor o de enojo; voy a fijar mi vista en ciertos hechos de vuestra vida social, y vuestra mirada orgullosa querrá quemar mi frente con su rayo. Pero — y creed lo que os digo — no hay en mi ningún deseo de ofende-