de vida y de gloria por sarcasmo de la vida y la gloria de los pueblos.
Matar, robar, proscribir, encarcelar, todo esto era la obra de Dios sobre la tierra, con tal que se emplease contra los enemigos del heroico Restaurador de las leyes; que no había dejado, sin embargo, una sola ley buena ni mala en Buenos Aires.
Y este tema presentado en mil variaciones, día por día, y hora por hora, estuvo a los oídos de Manuela ¿por un mes? ¿por dos? no, por años enteros en la edad en que la vida es una esponja que absorbe cuanta gota benéfica o envenenada la humedece.
Manuela no era un ángel; no era tampoco una criatura privilegiada en el temple de su alma y de su inteligencia; era simplemente una mujer, y como tal su sensibilidad y sus instintos debían sucumbir al golpe continuo de las impresiones que la invadían por doquie-