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cansada, pero sonriendo, loca de felicidad. Cuántas veces, muchos años después, he re- cordado esos paseos nocturnos, en el silencio interrumpido por las gotas de agua del

arroyo.

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Era una noche divina, de un cielo claro, de estrellas brillantes, de una brisa templada, impregnada del aroma de los naranjos en flor. Akella se empeñó en ir a las romerías del templo del Zorro; a ellas nos encaminamos.

¡Qué cantidad de gente! ¡qué abigarramiento de colores! ¡y qué extraño efecto producían la multitud de farolitos que llevaban todos los japoneses suspendidos de los bastones! Por todas partes y continuamente se oía esa risa metálica de geisha, y hasta Akella, .conta- giada por la alegría reinante, reía sin saber porqué. Subimos la espaciosa escalinata de piedra, guardada por dos monstruos de gra- nito, apoyada dulcemente Akella en mi brazo;