grandes, incapaces de hacer daño á un mosquito, por satíricas que sean sus composiciones. Por nuestra parte podemos asegurar terminantemente que hemos encontrado excelentes amigos en esta clase de monstruos, y, al reves, muy pocos hombres de corazon y sí muchos ingratos y egoistas en el sagrado Olimpo de los poetas serios y formales.
Dejando aparte las condiciones morales de unos y otros, independientes de las artísticas; separando la vista de los defectos personales que todos, ya de una clase, ya de otra, tienen y han de tener necesariamente como hombres que son, digamos aquí que si el impulso de la risa tiene mucho de fatal y fisiológico en los lectores ú oyentes de la obra satírica, forzosamente ha de tenerlo en los autores de estas mismas obras, que al escribirlas no han hecho más que oir la avasalladora voz del sentimiento herido por el espectáculo de lo risible, esto es, de las imperfecciones humanas; sentimiento que supone la existencia y preexistencia en el alma del poeta del sentimiento contrario,