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caballos, y me mandase los que pudieran juntarse; entre tanto, esperábamos las carretas, y yo dispuse el modo de llevar el bote en ruedas, por cuanto las aguas eran copiosas; habian muchos arroyos, que yo conceptuaba á nado.

Le ordené que se persiguiese á los paraguayos cuanto fuese posible, y así se efectuó hasta el Tebicuary, donde corrió á más de cuatro cientos, con solo cincuenta hombres, don Ramón Espinola y mi ayudante Correa, teniente de Granaderos, joven de valor y de las mejores cualidades.

El General hizo alto, conforme á mis órdenes, en Santa Rosa. Todo esto sucedió, yendo yo en marcha con el resto de la tropa, las cuatro piezas de á cuatro y seis carretas que había separado con las municiones, y el gran bote ó lanchón, tirado por ocho yuntas de bueyes, disponiendo que las demás, donde venía el hospital y otros útiles, nos seguirian.

En la marcha, recibí la noticia del arribo del cuartel maestre, al paso de Itapua, con las milicias que traía, de que se habían desertado muchos, por cuanto los indios no pueden andar sin mujer, y mis órdenes eran muy severas, para perseguir bajo penas; á más de ser un estorbo, aún las casadas, en el ejército ó tropa cualquiera, que marche, y el de las subsistencias, y uno y otro en aquellos países, era de la mayor consideración.

Le ordené que pasase cuanto antes el Paraná, y que siguiese hasta encontrarme; hubo bastante demora en el paso, y no se conocía aquella actividad que yo deseaba. Se padeció alguna pérdida de armas, pero al fin