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La noche.

E! dormitorio es un galpón con techo para aguas, atravesado de vigas y tirantes de hierro, ventanas en- rejadas, abiertas a un pasillo. Paredes encaladas, piso de madera sucia y vieja; olor a estopa, a mugre, a lo- ciones baratas y a humedad.

Las camas se alinean y se tocan. Los colchones hue- len, las frazadas son de campamento y el vecindario de prostíbulo. Por la ventana abierta miro el cielo lejano. Han salido las estrellas y siento la noche, la noche ciu- dadana que está a treinta metros de mí y, sin embargo, inalcanzable.

Siento el vocear de un canillita. Alguien grita en la calle y los ómnibus pasan ruidosos.

Un gemido hondo, constante, prolongado, me pre- ocupa. Parece el de un gato embolsado. Me dan ganas de levantarme; pero la nariz sucia y rotosa de la guar- diana se destaca muy cerca. Un alarido loco me revela que no era gato sino mujer. Y muy cerca mío.

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