ANGÉLICA MENDOZA
En la penumbra no descubro el rostro; siento correr a las demás. La enferma se revuelve, muerde, brama. Miro con asco. Espero que se muera, pero no ocurre si. —“¡Vayan a dormir, mujeres! ¡Déjenla! ¡Le hace falta la coca, por eso brama!”
La guardiana está de pie; empuja a las mujeres y deja librada a su suerte a la que aún salta en la cama.
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Kecreo.
Se ha almorzado y las mujeres lavan sus platos en las palanganas que están sobre la mesa. Cada recluida enjuaga su plato, su cubierto y luego lo repasa con un repasador común. Terminado el almuerzo se dá recreo. Las mujeres se desatan en un patio grande. Gritan, dan alaridos, se levantan el vestido, hacen señales obscenas y se desafían por cualquier motivo. Se vigila de cuando en cuando los servicios para impedir encierros sospe- chosos.
Una de las mujeres ha traído un guante de goma de uso en su oficio, lo ha soplado y lo larga al aire como un globo.
Juegan las demás y se lo muestran sonrientes a la monja.
Siento gritos, insultos. Todas corren a presenciar el espectáculo. Dos muchachas se han tomado del cabello, se rasguñan y se muerden. Se las consigue separar.
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