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ANGÉLICA MENDOZA

María cuyo nombre Como conjuro santo...

Luego se le unen las demás voces como un desahogo a las horas de holganza.

—"¡Déjate de hablar pavadas! Si tu marido no ha venido a traerte la plata pa” la multa, será porque el pobre quién sabe como andará. Ellos son siempre bue- nos; somos nosotras las que le jorobamos la pacien- cia!”

—“ La plata que nos saca este Uriburo!... Las pa- tinadas que tengo ya empeñadas pa' poder pagar estas multas!”

La canción ha terminado. Se inicia una lectura y una voz sin matices va narrando la leyenda de María de Magdala.

Hemos salido al patio después de la cena; las muje- res se agrupan jaraneando.

Hay bullicio, ese bullicio que no cesa, que no amen- gua, que flota y está suspenso de la atmósfera.

Los gritos rasgan el ambiente, el silencio adquiere entonces una patética significación.

Pasa un grupo de mujeres tomadas del brazo. Nor- ma, grande, robusta, Esperanza y una matrona italiana,

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