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CÁRCEL DE MUJERES

bién. Para más tarde tengo preparado un programita con aquélla que está sentada frente a la ventana.”

Hay dos Lucías en el asilo, pero sin el lamentable romanticismo de Lucía de Lamermoor. Han corrido y han reído durante todo el recreo de la tarde. Agotadas empiezan a acosarse ante la indiferencia tal vez heroica de la monjita de voz pastosa y dulce como la chancaca.

Llega la guardiana enérgica y con un balde de agua pone fin ai momento.

Luego se dirije a la oscura escalera a correr a las que intentan repetir la diversión.

Hace un calor espantoso y las mujeres alcanzan a 300. Muchas deben dormir en el piso de los dormito- rios y hasta en el comedor. Solo dos religiosas vigilan constantemente esa pocilga.

El Sapo es una vieja gorda, amplia, que jamás puede juntar sus muslos. Picada de viruelas, boca asapada, nariz ancha. Se aísla, desprecia la juventud y grita ser la mujer más sana y fuerte de la calle Pedro Mendoza.

—“Con mi habilidad, gano más pesos que todas ésas reas podridas que no han llegao a los 20!”

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