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ANGÉLICA MENDOZA

El Asilo San Miguel se nutre mañana a mañana del material humano que viene en carros celulares o a pie de las comisarias seccionales. Á las nueve de la maña- na termina el suministro. El nuevo material se reincor- pora de inmediato a la vida de reclusión y reinicia los hábitos que solo dejara por un mes, una semana, y a veces dos días de efímera libertad.

La casi totalidad de las mujeres que entran son prostitutas. Vienen aún vestidas y coloreadas, listas para entrar al cafetín de la Ribera o al bar 25 de Ma- yo. Siete, diez, doce, caen cada noche. Pernoctan en los calabozos seccionales, en cuyas paredes han grabado su nombre, cientos de veces. En todas las comisarías del centro puede leerse el nombre de Violeta Ibañez, perseguida en todos los sectores en el “libre ejercicio de su trabajo”.

Cuando caen por primera vez, lloran toda la noche en el calabozo y luego a la mañana siguiente en el Asi- lo. Luego es ya solo un episodio que adquiere impor- tancia nada más, que por la privación del “trabajo”.

A veces cuando es una bailarina de cabaret la des- carriada que trae el carro, puede ocurrir que se desma- ye. Bien es cierto que en el carrito celular no hay su- ficiente ventilación !.

Desde las ventanas de la clase alta, las recluídas re- ciben a sus hermanas:

—*¡ Mirá ché! ¡Traen a la Luisa! ¡Y también a la Porota! ¡Es la quinta vez que cae este año!”

-—“¿Y la Enriqueta? Salió el jueves y el sábado ya la encanaron!”

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