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CÁRCEL DE MUJERES

les infiltra una religiosidad exacerbada. Concurren por obligación dos veces por día a la Capilla, rezan al acostarse y al levantarse, antes y después de cada co- mida y durante las horas de clase. Es una lenta y se- gura intoxicación de culto religioso carente de misti- cismo.

Jamás ahondan su sentimiento. Aceptan la religión que se les inculca y en la que encuentran tolerancia a su condición y una recompensa futura. Ese Cristo que ama a una Magdalena, justifica sus vidas y las anima en la esperanza de una redención después de la muerte. Creen a pie juntillas en la acción de un Dios sobre los actos humanos y a él se encomiendan cuando reinician su “trabajo” en las plazan y en las calles.

—“¡No volveré por aquí si Dios me ayuda!”

—“¡Dios y la virgen santísima me han de proteger para ganarme la multa en la primer tarde que salga!”

Son tolerantes para con sus propias miserias. No les preocupa el juicio de las demás mujeres. Pero en el fondo de su conciencia hay un resentimiento y vio- lencia que estalla cuando se sienten despreciadas. En- tonces sostienen con áspera jactancia la miserable dig- nidad de su “trabajo”. Fay entre éllas una correntada de solidaridad sentimental. Cuando trotan por las ca- lles, jadeando de esquina a esquina se encuentran con

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