CÁRCEL DE MUJERES
Es posible reconocer capas sociales en este contin- gente. Grados de su miseria social y económica permi- ten reconocerlo. Las mujeres traídas de la plaza Once, puentes del Ferrocarril, calle Venezuela, alrededores de Constitución, la Ribera y Leandro Alem, constitu- yen el proletariado de la prostitución clandestina. La calle Esmeralda y todo el radio que comprende Car- los Pellegrini a Florida proporcionan un elemento me- jor vestido y alimentado.
Económicamente se puede hacer una escala de ren- dimiento del trabajo y eficacia de su explotación par- tiendo de los datos que proporcionan: número de in- dividuos y monto de la ganancia. Así hay mujeres que los días sábados llegan a ganar 80 a 90 pesos sin con- tar la pieza; el término medio hace 3o a 40 pesos y las más infelices 10 O 15 pesos. Otras el “lumper proleta- riado”, por centavos, o por la comida o la cama cum- plen su cometido.
Las relaciones de estas distintas capas están regi- das por una suerte de convivencia y de tolerancia mu- tuas, pero que desaparece en presencia de la víctima a explotar: el hombre. En ésto ya interviene la lucha de competencia.
Y resulta grotesco cuando no trágico oírlas discutir sobre ese problema. Hay jactancia, mentira y malicia al exponer el éxito de sus medios de trabajo y persua- sión. Y en ese duelo de falsedades ninguna quiere con- ceder a la otra el placer de creerle más eficaz y hábil en la pesca del hombre, sino que todo lo atribuyen a la suerte.
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