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CÁRCEL DE MUJERES

dentes delictuosos porque éllos abonan en favor de su protección.

Ella gasta tontamente su dinero, él le enseña a aho- rrarlo; élla repite la actitud inconsciente en el amor, él le enseña técnicas diversas que valoricen su “traba- jo”; élla se abandona, él la atenacea; élla se enferma, él la obliga a cuidarse y a sanar; élla es sucia, él le en- seña a bañarse; élla es ordinaria, él la suaviza; élla es el instrumento de trabajo, torpe y pesado, él es la acción, el pensamiento, la voluntad.

La burguesía comete una injusticia con los caftens. Son su más pura expresión, los puntales más seguros de su organización familiar, los intérpretes más fieles del alcance filosófico de su hipocresía. Racionalizan un trabajo disperso y sirven de nexo entre la policía guardadora del orden y la prostituta que gira clandes- tinamente.

El amor de esa mujer al caften es torpemente hu- mano. Admira su vida y sus hábitos de parásito. Ante la imaginación limitada de esa mujer, que debe asegurar su existencia en un medio social que la crea y la persi- gue, el caften rinde una misión providencial. A concien- cia se deja vender y a conciencia busca otras mujeres que la ayuden en el mantenimiento de su típica sociedad “conyugal”, a fin de no perder al “hombre”. Porque éste es para élla el “hombre”.