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ANGÉLICA MENDOZA

El castigo como medio para asegurar la domina- ción de la mujer es un falseamiento sentimental pro- pio del ambiente criollo. Pero la verdadera conquista de esa mujer está sin embargo en algo muy distinto: en la mentida ternura de que hace gala el hombre des- pués de su brutalidad y en la seguridad de que sabrá cuidarla y protegerla.

Ninguna inquietud turba su vida. No comprende por qué las mujeres han de luchar por un mundo me- jor cuando éste es el mejor de los posibles siempre que el “trabajo” rinda. No existe pués esa creación sentimental de una mujer víctima de su miserable con- dición que llora por la honestidad perdida y ansía la ve- nida de un apóstol que la redima. A élla le “esgunfian” los sentimentales que la quieren sacrificada y desola- da. A élla le “escorchan” los intelectuales que a lo Samblancat la elevan a la categoría de María Magda- lena, lista a ascender un calvario en pos de algún po- bre Cristo. No hay nada más que “trabajo”. Hablan de él como un oficinista de su labor y un profesor de su cátedra, Son mujeres que piensan lo mismo que las demás mujeres burguesas y aspiran a imitarlas en su vida muelle e irresponsable. Su estada en la cárcel o el Asilo es un hito en su carrera diaria.

He conversado con algunas de esas mujeres duran- te su permanencia en cl Asilo, Quise saber cuántas estaban cansadas de esa vida y cuántas aspiraban a transformarse en trabajadoras de verdad en fábricas y talleres.

De las doce o quince mujeres interrogadas dos con-

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