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ANGÉLICA MENDOZA

—“¡Tiene razón! ¡Más jóvenes o más viejas, aquí todas somos iguales ! ¡Todas hacemos el mismo trabajo y a nadie estafamos ni un centavo!”

—“Pero aquí hay algunas, que parece que fueran a mancharse si las tocámos” —.dice una francesa, que ha caído esa mañana y nos mira desafiante. — “Somos también mujeres y nos duele que nos traten con des- precio!”

Una mechera, que con su grupo se aisla de las pros- titutas, conversa en voz baja:

—“Mi maridóg me ha dicho: Si andás con los giros y aprendés. porquerías, te parto la boca!”

—“¡ Yo quisiera tener un hijo!” — dice una gallega.

—“¿Para qué? — dice María Gauna. — Después te van a explotar. Hay hijos que hacen trabajar a la ma- dre. Yo conozco una viejita que trabaja para el hijo”.

—“Lo criaría bien — continúa la gallega. — Hay ma- dres que están todo el día machaca que te machaca con el hijo. Al hijo no hay que golpearlo. Yo soy hija de matrimonio legal y me gustaría tener un hijo para asen- tarme”.

—“¿Qué hacés que no aprovechás en la primer sa- lida ?”

—“Lo pior está en criarlo. Después le faltan al res- peto. Ya ven, yo tengo dos hijos muy bien empleados, uno en Comodoro Rivadavia y sin embargo ando pi-

diendo limosna” — llora una vieja.

—-“¡Cómo pa” pensar en hijos estoy yo! — dice una flaca y bizca. — Cuando no ando en el trabajo, estoy aquí”.

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