ANGÉLICA MENDOZA
en el dinamismo, en la vitalidad, en el gozo de vida, en la higiene y en el equilibrio!
Comparo con estas otras mujeres, que toman el sol en el patio reo del asilo. Hembras bastas que tienen el privilegio de tomar al hombre en su angustia más ínti- ma y largarlo apaciguado al diario trajín.
Piernas deformes, flacas o gruesas, que endilgan la marcha sobre pies torcidos; piernas sucias enfundadas en la mala ralea de medias rosadas, brillantes y rotas. ¡Piernas lerdas que no se abren jamás en el trazo elás- tico de la juventud! Cuerpos que han perdido el control en sus proporciones. Vientres flácidos, senos enormes, pulposos o pingajo magro de piel; rostros cansados, agrios, estereotipada la premura con que deben correr por las calles a la búsqueda del HOMBRE.
Marcha cansina. Manos con uñas púrpureas; rostros de cejas teñidas, pestañas entintadas, bocas con den- taduras incompletas. Dureza en los gestos, miseria en las actitudes provocativas.
¿Dónde está el signo de Afrodita? ¿Cuál el llamado imperioso del sexo?
Y he sentido entonces una enorme, una inenarrable lástima por el hombre. Lo he visto solo y parado en las esquinas de los mercados del amor. Es el hombre proletario, el hombre medio que espera...
Sábado a la noche, se encandila en Corrientes y Es- meralda; se ilusiona en la penumbra de las plazas Flo- res o Constitución. Nimba de belleza a la mujer que busca, la sigue sumiso y alelado de su propio descubri- miento a la pieza sórdida del hotel dudoso.
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