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CÁRCEL DE MUJERES

—“Pero él vá a tener que casarse; ¿no es cierto? ¡Ella es menor de edad!.. ¡Sí, sí; va a ver cuando sal- ga, voy a revolver el cielo y la tierra para que se case!”

Meridiano puro, azul prúsico.

Los cuerpos no proyectan sombra. Plena luz, pleno aire.

Entonces miro a éstas mujeres. Se han desparramado, después del cuartelero almuerzo, y hacen la digestión echadas en el suclo, sentadas en los largos bancos, apo- yadas en las paredes. La pincelada amarillo violento del sol las desnuda.

Surgen imágenes de otras mujeres vistas en el diario deambular.

Evoco piernas altas, ágiles, listas para la postura de friso o la marcha ágil. Cuerpos firmes de ninfas atléti- cas que dejan al aire el mechón oscuro o claro de la melena que huele a limpio.

Sonrisas amplias, atravesando el rostro, dientes bri- llantes por el roce de cepillos. Mujeres que llenan la vi- sión con su equilibrio anatómico; el olfato, con su per- fume a agua fresca de río o de pileta; el gusto, con su sabor de fruta prieta y dura; el oído, por su risa joven y plena; el tacto, con la ensambladura maravillosa de sus músculos.

¡Totalización del llamado rotundo del sexo! ¡Belleza

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