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CARCEL DE MUJERES

tas la cana te resultará más corta, porque mi marido te va a pagar la multa.”

Conversan despacio tomadas del brazo. Las otras se ríen: — “¡Ché, se busca una cuñada y marido!”

Entre un grupo de mujeres, de melena tiesa y bri- llante, traídas a la salida del Wembley, entra una mujer madura, extranjera, que gesticula y habla airadamente.

Por el tapado de piel entreabierto se vé la camisa y sus pies calzan chinelas. Un ojo amoratado pone una nota rotunda en la cara.

Cuenta su odisea en jerga franco criolla. La escuchan riendo.

—“En mi casa hay muchachas decentes que trabajan de manicuras y masajistas. Un tipo quiso usar los ser- vicios de una manicura sin pagar su precio. El tipo sa- lió corriendo por la escalera y yo lo alcancé en la calle. El muy sinvergúenza en vez de pagar me golpcó. Me voy a la farmacia a curarme el ojo y un cana me agarra por alboroto y deja que se le escape el tipo. ¡ Y hay que tenerle confianza a la policía !”

—“¡ Fijate ché, con las manicuras! ¡Se les escapan también los tipos!”

Hay carcajadas ruidosas y comentarios maliciosos. La francesa entabla una charla instructiva con el gru- po que la escucha. Están todas sentadas en largos ban- cos. Las de atrás apoyan su barbilla en el respaldo del asiento para oír mejor. La religiosa impone silencio

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