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CÁRCEL DE MUJERES

na! ¡Ofrezco estampas! Si ya no puedo lavar porque tengo la pierna rota, que voy a hacer! ¡Estoy sola... !”

Y, entonces me dán ganas de escribir a ese hijo que está ausente en un lugar indefinido y decirle las duras palabras necesarias. ¡La verdad de la vida y del dolor de su madre!

—“¡No vaya a poner nada de éso en la carta! ¡Me muero de vergitenza al pensar que m'hijo, vá a saber que su madre está presa! Póngale, que no estoy bien de la pierna, que me escriba a la casa de los paisanos...”

Escribo lo rogado, con letra clara.

—-“¿Le agrego que ya no puede lavar la ropa?”

—“¡No; m'hija! ¡Mejor que él crea que aún sirvo. Eso sí, que cómo estoy tan apretada, si me podría man- dar veinte pesos, me haría un gran favor!... ¡Qué le deseo suerte, salud y buena conducta! ¡Póngale allí abajo, que Dios te bendiga !”

La anciana permanece absorta. Siento que vé al hi- jo; al frío é ingrato hijo, que no sabe que su madre es- tá presa porque ya es vieja, no produce, no sirve y la sociedad la: ha arrojado entre las viejas cosas que no tienen derecho a la vida.

Y pongo en el sobre, la inverosímil dirección :

“A ZUTANO DETAL, A bordo del “Comodoro Rivadavia”. Argentina.

¿Mabrá llegado a su destino la llamada humilde de la madre?