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y en vuestras casas hombres sabios, si no queréis aprovecharos de sus buenos consejos; porque seríades como la candela, que alumbra a los otros y quema a sí misma. La Escritura sacra gravemente reprehende a Saúl porque no creyó a Samuel, al rey Acab porque no creyó a Miqueas, al rey Sedequías porque no creyó a Esaías, al rey Salmanasar porque no creyó a Tobías y a la reina Jezabel porque no creyó a Elías. Todos estos santos profetas andavan en las cortes de los principes y predicavan a príncipes; a los más de los quales no sólo no los quisieron creer, mas aun los mandaron matar. La mayor ofensa que los principes podéis hazer a Dios es no ossar nadie avisar a vosotros y reprehender a vuestros cortesanos; lo qual no devría ser assí, pues ay tanta necessidad del predicador que reprehenda los vicios como de la justizia que castigue los excessos. El rey Filipo y el 1ey Demetrio nunca ellos enseñorearan a los reinos de Grecia si primero no alançaran della a los filósofos que la governavan y con sus buenos consejos la deffendían; que, como dezía Catón censorino, no se pierden las repúblicas por mengua de capitanes, sino por falta de consejos. En verdad que el buen Catón dezía la verdad; porque en una república son muchos los hombres esforçados, animosos, atrevidos y denodados, y, por otra parte, son muy poquitos, y aun poquititos, los sabios, ouerdos, suffridos y experimentados. Sea ésta la postrera palabra y encomiéndela Vuestra Alteza a la memoria, y es, que si queréis parescer y ser