agrupadas cerca de un área fértil alrededor. Observé un día a dos peones cargando sobriamente sobre sus hombros, entre los magueyes, lo que parecía ser un cadáver. Resultó ser en cambio el Santo de la Iglesia del pueblo, que transportaban de forma extraña, como préstamo, a los otros, para ayudar en un festival de mañana.
En la aldea de Santa Cruz, la población es alfarera. Cada uno tiene una pequeña torre de horno en su casa, trabajan por su propia cuenta y expone jarras grandes, rojizas en el su techo a secar. Él podría adquirir una competencia si perseverara, pero el momento que tiene por delante un dólar detiene trabajos hasta que lo gasta. En otras casas, las personas fueron vistas en telares tejiendo prendas de vestir de algodón azul.
Hay numerosas antiguas piedras de caverna, usadas en las paredes de las iglesias y pisos y también en la Alameda. Restos de Teocallis son también numerosos, ya que pudieron algún día ser la sede de la edad de Agustina de la cultura azteca. Son tratados sin ningún respeto en absoluto.
Han sido desgastados a meros montículos y plantados con cultivos. Desde el sitio de uno ahora nivelado un propietario dice que sacó sacado un tesoro. Con su edad, la destrucción de las haciendas en las guerras y la práctica de los indios, aun prevaleciendo, de enterrar su dinero en el suelo, debería haber anécdotas de tesoros en México, en cualquier lugar. Cierto es que mi anfitrión en la tienda, Señor Macedonio, tenía todavía algunas viejos hermosas monedas españolas, que mostró a los presentes que llegaron en la tarde a probar bebidas y jugar domino.
Entre los presentes tomando copas sociablemente en la tienda hubo uno, un cierto "Don Santiago," quien me dijo que él estaba destruyendo, en su jardín, la pirámide más grande del lugar, para vender el material para fines de construcción. Esto fue muy interesante.