Dejamos el Rancho, a las seis de la mañana, a caballo y caminamos tres horas fatigosamente sobre rocas de basalto y arena negra. Los pobres animales sufrieron dolorosamente, pero necesitábamos todas nuestras propias fuerzas para el trabajo posterior y no podíamos evitárselo. Los dejamos en un punto denominado Las Cruces, donde hay Cruz sobre una cornisa de roca negra, volcánica cortada. Las líneas de composición en esta parte de la ascensión fueron nobles y magníficas, los contrastes asombrosos. A través de las ondulaciones enormes, negras, en que cayeron nuestras sombras púrpura-negro, apareció y desapareció en turnos el rico rojo encastillado del Pico del Fraile y la amplitud deslumbrante blanca de la montaña mayor motivaba nuestros esfuerzos.
Atrás de Las Cruces estaba una visión mareada del mundo abajo. Al otro lado estaba la altura del Iztaccíhuatl, la mujer de blanco, acompañándonos en nuestro ascenso. El Valle de México podía verse en una dirección, del Valle de Puebla e incluso el pico de Orizaba, a 150 millas de distancia, en el otro. Contra la inmensidad misteriosa se situaban las figuras de nuestros hombres y caballos en la cornisa de roca volcánica, como si en un espacio sin huellas.
Fue aquí que "Perro" cargó cuesta abajo persiguiendo cuervos, que lo tentaron y perezosamente se fueron de su alcance, y fue tal el desperdicio de sus fuerzas que se vio obligado a abandonar la expedición. Las Cruces están a 14.150 pies. Ahora comenzó el ascenso a pie, en una suave arena negra. Una de las principales dificultades del ascenso se dice que surge de la delgadez del aire superior, que dificulta la respiración. No puedo decir que discriminé entre esto y la dificultad para respirar debido a la natural fatiga física.