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ANTIGUO MÉXICO Y SUS PROVINCIAS PERDIDAS.
II.

La empresa sumamente civilizada entrando en este lugar no muy bueno ofreció un gran banquete en un antiguo convento ahora adaptado a los usos de una estación de ferrocarril y hubo abundantes discursos después. Hubo un gran número de periodistas jóvenes felices del partido, y se comportaron como lo hacen aptos jóvenes periodistas felices. Ellos cantaron sobre la mesa y dijeron "¡otro!" "¡otro!" con pretendido entusiasmo, incluso después del discurso mas aburrido. Parecía típico de algo curiosamente ilógico en la mente mexicana que en fiestas de salón de banquetes se ponían imparcialmente los nombres de los presidentes y otros grandes hombres del pasado, de Iturbide a Manuel Gonzales. Iturbide junto con Bravo y Guerrero, de quien recibió un disparo como un usurpador y enemigo de la paz pública; Lerdo y Porfirio Díaz, quien fue expulsado como traidor y tirano. De la misma manera estos personajes, son alternativamente uno u otro Cesares y Brutus, son honrados con imparcialidad en la serie de retratos en la larga galería de Palacio Nacional.

Había naturalmente aquí un prominente retrato del Padre Morelos, con el habitual pañuelo alrededor de su cabeza y audaz aire jefe bandolero. Es curioso que sacerdotes debieran haber tenido tal participación al principio de la insurrección. Ellos recuerdan a los eclesiásticos guerreros de la edad media, que solían habitualmente ponerse la armadura secular y la espiritual. Probablemente la opresión de los españoles fue a menudo demasiado intolerable incluso para resistencia eclesiástica. Morelos, curiosamente, cuando estalló la revuelta, fue cura de Hidalgo en Valladolid, Michoacán y lo siguió al campo. Él llegó,