a la que todavía se adhieren parches dorados y vestigios de fresco despegándose, tenues, misteriosas visiones se ven. La tarima desnuda del coro, todavía sobrevive, le da al interior el aspecto de algún Salón del trono noble. En nuestro propio país tal monumento podría ser inestimablemente cotizado y se convertiría en un lugar de peregrinación lejana y cercana; pero aquí simplemente es uno de muchos.
En la pequeña plaza pública, afuera unos convictos reparaban caminos. Un par de ellos traían tierra, en una carretilla normal llena, en una zona, la volcaban en forma pausada y volvían por más, todo con una abundante deliberación. Podrían haber sido trabajadores, contratados por los concejales de la ciudad, en una avenida de Nueva York. Un par de soldados con mosquetes en los bancos de piedra para vigilarlos mientras trabajaban. El castigo de los presos difícilmente podría haber sido en lo que hacían, pero principalmente en la exposición —a menos que, de hecho, fueron tomados de una parte diferente del país. Me preguntaba si sus amigos venían aquí a veces y los veían y lo que debería dolerles a los sensitivos trabajar así, cubiertos por una restricción invulnerable e infamia, a la vista de los hogares donde habían vivido y todas las ocupaciones normales de vida en que habían participado.
Una importante fábrica de algodón en Orizaba tiene un teñido portón arquitectónico y una estatua del fundador, Manuel Escandón (1807 a 1862), en el patio, como de la práctica observada hasta ahora. También hacen papel aquí. Se prescribe una serie de multas, en reglas impresas, para trabajadores que llegan tarde en la mañana y de otros delitos menores. La suma de estos hace un fondo para beneficencia entre ellos. Existe un departamento de Banco de ahorro también en beneficio de los operarios. Para alentar el ahorro se paga un interés extra liberal cuando