Los obreros en la planilla de pago eran de dos clases: los que trabajan por semana y los empleados por año, los primeros "se encontraron;" y los últimos fueron "encontrados" por la finca y les pagan una suma al final del año. Los salarios varían de seis centavos al día a los chicos hasta treinta y siete para los mejores de la clase de adultos.
El administrador era asistido en el manejo de la hacienda, por el mayor-domo y el sobre-saliente, que actuaban como su primer y segundo tenientes; un caporal, que tenía a su cargo en general el ganado; y un pastero, quien tenía a cargo los pastos. El pastero era quien indicaba la condición de las diversas áreas de pastos, a las que los animales podían moverse de uno a otro. Estos oficiales menores eran de la raza India nativa. Eran hombres oscuros, tez morena, parecían bandidos cuando estaban armados y montados a caballo, pero en realidad, cuando les conocía, eran personas suaves y amables como necesitaban ser.
Uno, "Don Daniel", supervisaba los trabajos de fabricación de mantequilla y queso. Un tenedor de libros, "Don Angel", mantenía cuenta de todos los bienes de los recibos de la finca y los desembolsos y un inventario de existencias, en un sistema que parecía un modelo de precisión comercial. Cada semana un informe se enviaba a los propietarios, en México, en un papel blanco impreso llenado en el detalle más exhaustivo, para que pudieran ver de un vistazo cómo estaban.
El administrador, Don Rafael, era un hombre estable de mediana edad, oriundo de San Luis Potosí. Tenía tierras y casitas, suyas, que rentaba. Tenia también una casa en la ciudad de Tulancingo, cerca, ocupada por su familia, a quien visitaba una vez por