podrían aplicarse. Es la capital de este accidentado Guerrero, un estado nombrado en honor del general patriota, quien una vez fue, como nuestros propios Marcos y Vicente López, un mulero. Contiene una casa de Gobierno ornamentada, un zócalo con un atril; y encontramos aquí un coronel del destacamento de caballería custodiando el país, vestido de tal forma civil de equitación, como si fuera de paseo al Parque Central. La población —pero las poblaciones son difíciles de conseguir en México. Debo decir, al azar, cerca de unas tres mil personas.
En Chilpancingo se ve el lugar en que fue proclamada la Declaración original de independencia de México, en 1813. Tuvo que ser combatida por muchos largos años hasta el día de Iturbide. Esto es simplemente una casa blanca con una tableta y no de más interés. Fue una salvaje y causa problemática, verdaderamente, cuando se fue al remoto Chilpancingo por el primer Congreso Constituyente, reunido por el Padre Morelos, para librarse del yugo de España.
Pero ¿cómo se hizo todo esto? Estos pedacitos de civilización ornamentada son como lugares encantados que encontramos al penetrar las fortalezas de las montañas. Quizás deberíamos haber tomado desde el principio alguna comisión como la de Adelantado de las siete ciudades; y aún mayores descubrimientos nos pueden esperar, nunca antes oídos por el hombre. Cada uno se encuentra en su Valle de miniatura, sonriente y fértil, con caminos de carretas para un pequeño espacio alrededor; pero sus habitantes apenas pueden concebir ir por el sendero salvaje para abastecerse a sí mismos con las modas y comodidades que poseen.
Jueces francos de afuera las declararían intransitables y parecería una broma pedirles que las consideraran como camino. Hemos cruzado y recruzado rápidos arroyos, el agua alcanza a los animales