castaño, fue el mejor árbol de sombra. Hubo una ausencia notable en todo el trayecto de lo que estamos acostumbrados a considerar las características esencialmente tropicales. Frecuentemente uno puede cabalgar en el bosque de Connecticut. No hubo ni un rango de frondosidad de crecimiento, así como no hubo serpientes ni los enjambres de insectos pestíferos (excepto unos pocos mosquitos) que se esperarían. Una vez vimos un par de lobos coyote trotando recatadamente, y, de nuevo, una gran iguana, un inofensivo reptil, uno de los cuales también observé luego, deslizándose en un viejo cañón de bronce en el fuerte de Acapulco.
Aves que apenas recordar, excepto una o dos garzas blancas, reflejándose encantadoramente en una piscina de tierras altas temprano en la mañana y los tecuses, una especie de pájaro negro. Vicente los apedreó con piedras pequeñas, de probar su puntería. Sin embargo, el órgano-cactus, deben quedar exentos del reclamo de falta de vegetación tropical. Abunda densamente en cañones y laderas de la montaña.
Crecen veinticinco pies o más de altura, las plantas son como candeleros de siete brazos de Ley Hebrea, o lanzas de los dioses lanzadas hacia abajo y aun estremeciendo en la tierra. También la Palma, debe ser excluida. Crece en los desolados lados de colinas tan comunes como los tallos gordolobo con nosotros. No puedo nunca respetar, en los conservatorios, nuevamente. Verlo así, fue una especie de impacto: era como ver alguna bella exótica de sociedad disfrazada de una sirvienta de cocina. Un día antes de llegar a la costa tuvimos las palmeras de coco. Nadie en las aldeas haría bajar el fruto para nosotros excepto una orden grande, por generosos precios, que los hizo más caros que en Nueva York. A menudo había escasez de otras frutas y productos básicos, como el azúcar, de la misma manera, en o cerca de los lugares donde crecen.
Hacia las etapas finales del viaje nos encontramos