altar en busca de apetecidos tesoros. La luz de día cae curiosamente sobre un suelo sembrado con desechos y fragmentos de azulejos rojos, a través de agujeros en el techo roto y la cúpula.
El ferrocarril atraviesa paisajes naturales sorprendentes. El más notable es el Cañón de Temecula, un desfiladero de una salvaje y gran descripción, diez millas de longitud, a través de la Cordillera de la costa. Un rugiente arroyo corre por su centro. La garganta estaba llena de una fuerza ocupada, mientras pasamos, nivelando los lados del camino, a veces en roca natural, a veces sobre un ciclópeo muro de retención de inmensas rocas. Hacia la tarde todos los días resonaban fuertes explosiones hasta el desfiladero como un cañoneo. La parte principal de la fuerza trabajadora consistía en Chinos. Ellos utilizaban espacios en repisas y rincones al azar por el arroyo para sus carpas y hornos de cocción con gran ingenio. Los mexicanos e indios, que formaban el siguiente contingente en importancia, eran en todos los sentidos menos previstos. Los peritos eran agradables y hospitalarios, como peritos en la escena de sus trabajos deben ser. Compacto y convenien-