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CARTA XVIII.
sacerdotes. templos. sacrificios.

Los sacerdotes siempre han sido una parte importante en los asuntos mexicanos, y se ha dicho, de buena autoridad, en el apogeo del poder del Imperio, eran no menos de un millón al servicio de los ídolos diferentes.

Estaban divididos en diferentes órdenes, y había monjes y sacerdotes, como entre los católicos. Las mujeres, también, entraron en el orden sagrado y realizaban todos los deberes normalmente asignados a los hombres, excepto la de sacrificio. Los monjes eran llamados Hamacazques y los sacerdotes Teopixqui.

Tenían dos jefes, que obtenían su rango y poder por vidas de probidad ejemplar y virtud y por un profundo conocimiento de todos los ritos y misterios de su religión. Estos eran los "adivinos", quienes eran consultados por las autoridades en todos los altos asuntos del Estado, tanto en la paz y guerra. Ellos oficiaban en los más solemnes de sus sacrificios y coronaban al soberano al ascender al trono. En los principales festivales se vestían espléndidamente y llevaban la insignia del Dios en cuyo honor oficiaban. Al sacerdocio menor, le asignaban todas las tareas humildes de los templos; limpiaban el edificio sagrado, educaban a los jóvenes, se hacían cargo de las imágenes santas y observaban el calendario.

Tampoco les faltaba una semejanza a partes del clero católico, en la austeridad y la mortificación de sus vidas. No sólo llevan un hábito sobre la piel y se flagelaban en secreto, pero derramaban su propia sangre; se perforaban con puntas fuertes de maguey; y se perforaban orejas, labios, lenguas, brazos y piernas, introduciendo fragmentos de caña, que gradualmente aumentaban en tamaño, cuando las heridas empezaban a sanar. Sus ayunos, también eran largos y severos.

Cada sexo vivía separado, llevando una vida de celibato, en establecimientos monásticos, y sus ingresos se derivaban de tierras asignadas para su mantenimiento,— ingresos separados dedicados al apoyo del templo.