Educación General y toda la Tranquilidad Interna, ¡Lo que no podría México convertirse en pocos años bajo la mano de un gobierno fuerte y virtuoso! Durante mi residencia allí y mis viajes a lo largo de la República, a menudo he reconocido finos talentos, buenas cualidades personales, y vastos recursos naturales, pero todos, generalmente son descuidado o se les niega la oportunidad de adelanto. ¡Nunca vi un arado moderno en una granja mexicana, un rastrillo en la mano de un marido, una carretilla al alcance de un obrero, un carro con las cosas del trabajo o una Biblia en una casa mexicana! Esa extraña raza de hombres antiguos en las que sangre de los Celta-Gálicos, Celtas Ibéricos, Cartaginés, Romano, Vanádico, Visigoda y Moriscos, se cruzó una vez más, en México con los indios e incluso, en algunos casos, con Africana. Es un mosaico de sangres y proporciona un curioso asunto para el estudio de fisiólogos. Es una raza luchando por cosas nuevas, sin embargo lamentando dejar su fijación en el viejo. Especulando busca al futuro; sin embargo, en las supersticiones de la religión y la cruda primitividad del arte y el comercio, escinde al pasado. México es mas un injerto del árabe salvaje en una base India, que del Don español sobre los nobles aztecas. De la fijación de costumbres supersticiosas. México requiere liberarse.
Pero, para efectuar esta entrega debe tener PAZ impuesta por una mano firme. Desde 1823, no menos de diecisiete revoluciones han logrado su rechazo del yugo español. ¿Puede decirse que tal nación es competente para gobernarse a sí misma? ¿Alguna vez se ha gobernado? No, lo ha hecho, pacíficamente, ¿ni siquiera por un solo año? ¿Una mal llamada democracia puede tener una opinión pública eficaz? Con reglas cambiantes como los vientos, qué política permanente puede un gobierno perseguir. ¿De hecho, en todas sus vicisitudes, en lo que México ha exhibido el menor síntoma de constancia, salvo en su profunda hostilidad, continua hacia nuestra Unión?
Si esto fuera aversión meramente abstracta, no gustar sin esencia,— una especie de odio hereditario como entre Francia e Inglaterra, o entre los genoveses, los tuscanos y los napolitanos—lo podríamos ignorar y confiar al tiempo en hacernos mejores amigos; pero esta animosidad está creciendo en un agente de malestar activo, incansable, enérgico, hasta que no veamos que ninguna posible terminación a nuestras dificultades sino la interposición autoritaria que convenza a México que esta Unión tiene la intención mantener su lugar como cabeza de los gobiernos americanos y está decidida a poner fin para siempre a la idea de interferencia europea en los asuntos de nuestro continente. Esta es una política que debe adoptarse y, si se lleva a cabo con éxito, sin duda concluiría en una firme alianza entre las dos repúblicas y la formación de un tratado, ofensivo y defensivo, que garantizaría nuestra amistad perpetua.
Con respecto a la paz interna de México, tengo gran duda en hablar con alguna certeza respecto a la manera como se podría hacer. La noción, sacada a colación en periódicos europeos y americanos, que México está dispuesto a establecer una monarquía y recibir un vástago real de alguna casa europea para enaltecer su trono gracia es sólo uno de las miles de suposiciones ridículas que son peligrosamente hechas por paragrafistas atropellados. Nada puede ser