A poca distancia se arrodilló un grupo de elegantes chicas bajo la tutela de su mama y seguidas por una empleada femenina—una sustituta de la vieja dueña. Después de la señal de la cruz y hacer una reverencia hacia el altar, las dos líneas de bellas a cada lado del edificio, primero atrajeron la atención de los penitentes; pero inmediatamente se abrieron sus libros de oraciones, la frente, la boca y el pecho se cruzaron nuevamente y tarareaba una oración, con un ocasional aparte para la madre o hermana, en medio de su devoción. Después de esta mezclada ocupación de oración, charlando, persignándose y criticando de diez minutos, cerraron sus libros, se hincaron en sus rodillas hacia atrás en el piso y así sentadas en las tablas, arrojaron de lado sus mantillas a fin de mostrar un pequeño hoyuelo o un diamante. Recordando que había otras iglesias a visitar, se levantaron lentamente y salieron, a otra Capilla para poner al día sus aves y padres.
Así he esbozado el caminar por la calle y rezar a la Iglesia de hoy, pero hubo una iglesia que debo mencionar especialmente. La capilla de "Nuestra Señora de Loreto" está situada a cierta distancia del centro de la moda en México y es considerada un buen peregrinaje por los peatones que la caminan una vez al año. La visité, tanto en la mañana y como la noche. En la primera parte del día, la multitud era pequeña; pero después del atardecer era casi imposible entrar, no obstante las puertas y frente a la Plaza estaban custodiados por centinelas con bayoneta calada.
La iglesia se transformó en una arboleda de naranjos, limón y arbustos florecientes; y el incendio de una multitud de antorchas de cera se reflejaba en el altar, alrededor del cual estaban sentados los doce apóstoles en la ultima cena, en medio de una pila de plateado de oro y plata y joyas, dispuestos en una multitud de peculiares dispositivos, no sólo sobre la mesa, pero desde el piso hasta el techo. En grotesco contraste con todo este esplendor, había naranjas comunes espolvoreadas con lámina de estaño y decantadores de vidrio baratos llenos de aguas teñidas.
Cuando entré por la puerta frontal de este edificio, lo primero que llamó mi atención fue un altar lateral convertido en un árbol, en el centro de la cual era un pozo con Cristo y la mujer de Samaria a su lado. La dama había sido vestida con una elegante mantilla, en un traje de satén azul salpicado con rosa, y mientras ella se inclinaba grácilmente sobre una jarra de plata, descansando sobre el borde del pozo, nuestro Salvador estaba parado en un manto de terciopelo morado, bordado con oro y cubierto con un ¡sombrero Guayaquil!
A poca distancia de esto, en lugar de otro altar lateral, junto al principal, estaba la representación del Santo Entierro de nuestro Señor. El cuerpo, envuelto en sábanas, estaba colocado en un ataúd de cristal. "María la madre," vestida con un traje completo de terciopelo negro, con un fino pañuelo en la mano, parada entre los arbustos a sus pies. En primer plano, dos pequeños angeles de cera, también vestido de terciopelo negro, (con alas negras y faldas dobladas al frente, para mostrar sus