LOS ALREDEDORES DE MÉXICO. CHAPULTEPEC. TACUBAYA, Y EL
Yo he explicado varias veces en estas cartas, que es extremadamente peligroso ir fuera de las puertas de la ciudad de México por sí solos o desarmados. De hecho, un extranjero rara vez monta incluso tan lejos como Tacubaya sin sus pistolas en sus fundas y un fiel sirviente detrás de él.
Bordeando uno de los acueductos que termina en la parte sur de la ciudad, se pasa hacia el oeste sobre la llanura a Chapultepec—el "Cerro del chapulín." Es una roca ígnea porfídica aislada, elevándose cerca de la antigua margen del lago y se dice que era uno de los lugares designados por los aztecas, como el lugar donde llegaron de su emigración desde el norte en busca de un lugar de residencia final, que iba a ser representado por "un águila sentada sobre una roca y devorando a una serpiente".
Al pie de esta colina solitaria que la llanura se extiende por todos lados, en toda la belleza de cultivo extrema, mientras un cinturón de cipreses nobles rodea su base inmediata. Uno de estos árboles todavía lleva el nombre de "Ciprés de Moctezuma,"* y no hay duda, de los restos de los jardines, arboledas, tanques y grutas todavía visible sobre esta hermosa zona, que fue uno de los centros de descanso preferidos del monarca y la corte del Imperio Mexicano. La tradición es que el emperador se retiraba de la ciudad sofocante a estas agradables sombras, que estaban llenas, en su día, con todo lujo que podría adquirir la riqueza o concebir el arte. Hubiera sido difícil seleccionar un lugar mejor adaptado para una residencia real. Desde la parte superior del Palacio moderno (ahora una escuela militar) erigido por el virrey Gálvez, hay una encantadora vista sobre el valle y los lagos. Se ve alrededor el borde de gigantescas montañas, mientras que en la parte inferior de la colina grupos de densas arboledas de ciprés—la antigüedad genuina de México—ya viejo, quizás en la época de la conquista. Tampoco es la asociación menos agradable con estas reliquias venerables, que son ajenos a cualquiera de los ritos sangrientos de la religión, sino que son testigos elocuentes de la mejor parte del carácter mexicano.