Tal es, con toda probabilidad—desde la autoridad de las tradiciones incuestionables y los restos ahora desmoronándose en ruinas y cubiertas con crecimientos vegetales en su base—tal, fue la pirámide de Xochicalco, cuando primero se levantó cubierta con sus curiosos símbolos de ritos místicos y recibió de los constructores indios su dedicación a los dioses, o a la gloria de algún soberano cuyos huesos se deshacen dentro. Quienes fueron los constructores y consagradores nadie puede decir. No hay ninguna tradición de ellos o del templo. Cuando fue descubierto, nadie sabía a que había sido dedicado, o quien lo había construido. ¡Había sobrevivido tanto su historia como su memoria!
Pero no importa quien lo construyó o qué nación lo utilizó como templo o tumba, quienes lo concibieron y lo construyeron eran personas de gusto, refinamiento y civilización; y me atrevo a afirmar, que nadie que examine las figuras con las que está cubierto, puede fallar en relacionar a sus diseñadores con el pueblo que habitó y adoraba en los palacios y templos de Uxmal y Palenque.
Un fragmento fragmentado como es esta pirámide, aún puede considerarse en contorno, material, tallado, diseño y ejecución, uno de los más notables de las antigüedades de América. Además, denota una antigua civilización y progreso arquitectónico, que bien puede habilitar a los habitantes de nuestro continente el carácter de una raza original. Por otro lado, (para quienes son aficionados de rastrear semejanzas y creen que lo que hubo de arte, ciencia o cultivo entre los aborígenes, provenía del "viejo mundo",) hay mucho en la forma, proporciones y esculturas de esta pirámide, para conectar a sus arquitectos con los egipcios.