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MÉXICO.

frente otra Sierra se extiende a lo largo del horizonte; y en primer plano de la imagen, un lago, de cerca de una milla en el circuito, se extiende su hoja plateada en el ocaso, bordeado con árboles anchos y recubierto de aves acuáticas.

La casa está construida de barro y cañas, juntados; es decir, hay cuatro paredes sin otra apertura que una puerta, mientras que el techo de paja, se apoya sobre postes, se extiende a ambos lados desde el árbol de techo, formando un pórtico por delante. No se permite que el techo toque la parte superior de las paredes, pero entre ellos y, alrededor de la casa, queda un espacio de cinco o seis pies, por medio del cual se mantiene una libre circulación de aire adentro. El interior (de una habitación) está en perfecta consonancia con esta simplicidad aborigen. A lo largo del muro occidental hay varios grabados malos de Santos, con inscripciones y versos por debajo de ellos; a continuación, una enorme imagen de la Virgen de Guadalupe, con rayos dorados borrosos, brilla en el centro; y cerca de la esquina hay una enorme cruz, con la figura de nuestro Salvador aparentemente sangrado en cada poro. Una caña y lanza cruzadas por debajo, y hay colgadas grandes coronas de flores y guirnaldas de margaritas. Seis catres, de caña se reparten en ellos, contra la pared; y en una esquina un dosel destartalado, con una andrajosa cortina, se asoma pretenciosa para hacer los honores de estado a la cama.

El piso es de tierra y en una esquina, están estibadas nuestras sillas de montar, bridas, rifles, pistolas, fundas, espadas y espuelas; ¡por lo que viendo de lado el establecimiento completo, podría bien dudar si estabas en un establo, iglesia, sala de dormir o gallinero!

Don Miguel Benito—el dueño y propietario de este valioso catálogo de confort doméstico—nos recibió con gran cordialidad. Es un hombre de unos cincuenta años de edad; usa una camisa con mangas las cuales han acumulado tana enrolladas, que ya no hay nada para enrollar y un par de esos calzones de cuero elásticos que duran toda la vida en México y se estira a cualquier talla que sea necesario, como el afortunado propietario engorda con los años. No la parte menos curiosa del hogar de Don Miguel, es su establecimiento femenino. Parece ser una especie de Grand Turk, con no menos de una docena de mujeres, de todos los colores y complexiones, andan en su vivienda, mientras que un número igual de chiquillos, con cabello claro y oscuro, (pero todos con un extraordinario parecido con el Don) ruedan sobre los pisos de barro de cabañas vecinas o se divierten por lazando los pollos.

G——, el proveedor de nuestra comida, pensó que era un buen cumplido a Don Miguel, que no desdeña recibir dinero, ordenar nuestra cena—aunque habíamos resuelto usar nuestra comida en caso de necesidad y en consecuencia desempacamos, algunos botes de sopa y sardinas.

En el curso de una hora, una tabla se extendió en cuatro palos, y se colocó en medio de un enorme plato de barro marrón, con el guiso. Al mismo tiempo, una cuchara de cobre sucia y un tortilla caliente fueron colocadas ante de cada uno de nosotros. Aunque nos habíamos determinado a mantenernos en reserva con nuestras sopas, sin embargo sobró muy poco de la sabrosa comida.