al sur de la ciudad de México. Hacía el oeste de la Capital, fue percibido nuevamente en Morelia, y llegó a ser tan violento en la dirección de Acapulco, que destruyó casas, agrietó la tierra y finalmente se hundió en el mar, cuya olas se elevaron y aumentaron como bajo la influencia de una violenta tormenta. Durante su duración de casi cinco minutos, no hubo ningún fenómeno meteórico digno de notar, ni ruidos subterráneos y ningún cambio perceptible en la altura del barómetro, en la ciudad de México.
Parados en la cima del Popocatépetl y mirando el panorama inmenso—que ahora se extendía como un mapa a sus pies—el Sr. Von Gerolt comparó sus exámenes reiterados de la geología del Valle y de los departamentos colindantes, y llegó a la conclusión, que tanto el volcán como el Valle deben su origen y su condición actual a alguna erupción violenta, por la que la superficie real se ha elevado desde el interior a su nivel actual, a través de la primitiva transición de rocas; y que en los distritos mineros de los Estados de Puebla, México y Michoacán, las ricas vetas, que se manifiesta en las grandes formaciones o en metálico pórfido, no son sino pequeños restos o islas, por así decirlo, dejadas creciendo sobre la llanura, después del diluvio ardiente que barrió porciones de nuestro continente.
Pero (regresando a la vista alrededor de ellos, del examen del cráter de ese gran pila, que vierte humo y vapores del fuego central y actuando, tal vez, como la gran válvula de seguridad de una gran parte del nuevo mundo,) los viajeros hablan de la inmensa imagen frente a ellos como sublimemente indescriptible.
El día era muy claro. Pocas nubes y estás a mucha altura, aparecieron contra el cielo, que era casi negro con la intensidad de su Azul; y, hasta donde el ojo podía alcanzar, en toda dirección) había una ola ininterrumpida de montaña, valle y llanura, hasta (casi sin un horizonte) la tierra y el cielo se unían en un azul vaporoso. En medio de la llanura oriental, el alto cono de Orizaba se elevaba en relieve contra el cielo, con su pico nevado resplandeciente como un punto de acero parpadeante. Debajo de ellos, cerca de dos mil pies, esta la cumbre del Iztaccíhuatl, cubierto de nieve y sin exhibir la más mínima evidencia de cráter o acción volcánica.
Después de disfrutar este panorama espléndido tanto como su debilitado estado les permitía, pusieron una bandera y haciendo el dibujo que he colocado al comienzo de esta carta;—los viajeros, a las 4, comenzaron el descenso, que ellos describen como no la parte menos difícil de su empresa. Si se quejaron de la lentitud de escalar, podrían ahora con igual justicia quejarse de la peligrosa rapidez de su retorno. Ya era tarde; el viento fresco de la noche ya había congelado la superficie que se había derretido bajo el sol del mediodía, y, pasando sobre las arenas y nieves en un ángulo agudo, se