que las dimensiones más estrechas de la base son totalmente debido a la enorme acumulación de ese material durante siglos. En el borde superior del cráter, la nieve—desplazada por los vientos—se encuentra sobre las orillas filosas, pero no hay indicios de azufre sobre las rocas más cercanas. Sin embargo, en diversas partes del borde, hay respiraderos circulares, de dos a cinco pulgadas de diámetro, de donde un vapor sulfuroso emitido con un sonido rugiente, intermitente a intervalos en fuerza y volumen.
A fin de examinar más de cerca estas válvulas, el Sr. Von Gerolt descendió unos sesenta metros de altura en el cráter, sobre masas de piedra pórfida roja. Estos contienen mucho silicato de aluminio vítreo y es casi una lava porosa, mientras el inmenso muro del lado opuesto parece estar compuesto de rocas diferentes,—y, a través del telescopio, parecían de un color de un gris violeta, depositados en estratos horizontales, similar al material de la colina volcánica cerca de Ayotla.
Nuestros aventureros no encontraron ningún lugar por el cual podrían llegar a la parte inferior del cráter, ni pudieron continuar sus exámenes en la cumbre por mucho tiempo, ya que sus sufrimientos eran intensos de la rarefacción del aire, expansión de la sangre, un continuo dolor de ojos y cejas y excesiva debilidad. A partir de estos hechos, concluyen que la historia relatada por Cortés en sus cartas a Carlos V., que Francisco del Montaño había descendido este cráter y "obtuvo azufre del que hicieron pólvora" es totalmente inexacto.
El silencio en esta inmensa altura es descrito por el Sr. Von Gerolt como "sepulcral", roto solamente a intervalos por un rugido subterráneo, como el sonido de un cañoneo distante y ruido de piedras y masas de roca cayendo desde las paredes hasta el fondo del cráter. Un sonido similar se dice ser escuchado con frecuencia, incluso en la ciudad de México, en la dirección del Popocatépetl. Los frecuentes terremotos que se sienten en la República, moviendo toda la tierra desde el Golfo hasta el Pacífico, de este a oeste, como olas de mar y manifestándose en todos los puntos donde hay indicios de acción volcánica en la superficie, sólo puede explicarse por la hipótesis, que a una gran profundidad, todos estos volcanes (separados cerca de sus cumbres por transición y roca volcánica) tiene una comunicación general sobre un gran horno central, donde los elementos están en constante efervescencia.
Se relata que, en el gran terremoto de marzo de 1834, a las diez y media de la noche, el fenómeno se anunció por oscilaciones regulares de la tierra de este a oeste, aumentando gradualmente hasta que se hizo difícil mantenerse de pie, mientras cientos sufrieron de náuseas. Los arcos del acueducto, mediante el cual se introduce agua en México, (que corre en una dirección Oriental) se rompieron en sus centros, mientras que el que viene del Norte quedó ileso. Este terremoto se sintió casi al mismo momento en Veracruz, San Andrés Tuxtla, Huatusco, (un pueblo a ocho leguas del volcán de Orizaba,) Jalapa y Puebla; pero, interesantemente, no se sintió tres leguas al norte de Huatusco, o a unas pocas leguas hacia el norte y