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MÉXICO.


El pasado abril, Madame Santa Anna, la esposa del Presidente, estaba peligrosamente enferma, y el día 19 del mes su vida estaba en peligro inminente. Temprano en la mañana se rumoraba que ella iba a recibir el último Sacramento, y, con toda probabilidad, no sobreviviría el servicio. Sobre el mediodía, notas de invitación fueron enviados desde Relaciones Exteriores a todos los miembros del cuerpo diplomático, solicitando su presencia en la ceremonia de Viaticum; y a las siete en punto fuimos, en uniforme, a Palacio, donde fuimos provistos de grandes antorchas de cera y caminamos alrededor de los muros de la sala de audiencia con los ciudadanos invitados, extraños y amigos de la sufriente dama.

Ya estaba bastante oscuro. Actualmente la gran campana de la Catedral comenzó a repicar lúgubremente; y; estando cerca de una ventana con vista a la gran plaza, percibí una solemne procesión, con antorchas, salir de la puerta del edificio sagrado, precedida por una banda militar tocando música adecuada. Avanzó lentamente a las puertas de Palacio—las túnicas enjoyadas del arzobispo y sacerdotes brillaban, destellando el brillo de mil luces, mientras se acercaban a los portales. Subieron los escalones; entraron al apartamento; y cuando el prelado entró, cantando un himno, la multitud se arrodilló a los elementos sagrados. Los Ministros y jefes del ejército acompañaron a los sacerdotes a la cámara de la dama, donde se realizaron las funciones necesarias. Volviendo otra vez, a través de nuestro salón, salieron a la Plaza y, después de realizar un giro alrededor de ella, entraron a Catedral. El efecto de esta procesión—con sus antorchas encendidas en la noche como diamantes—la solemne música militar y su himno melancólico fue solemne y pintoresco.

Hubo una exhibición similar (aunque sin tanta magnificencia,) por la muerte del General Moran, ex-Marqués de Vivanco. Su vivienda estaba directamente enfrente de mi hotel, y yo vi todos los preparativos para su funeral desde las ventanas.

Habiendo sido un soldado patrio en su día, el Gobierno emprendió la disposición de la extremaunción en su honor, y él fue escoltado por la flor de las tropas.

Su cuerpo fue embalsamado por el proceso de Ganal. Fue colocada en un ataúd abierto, vestido con el uniforme completo de un general mayor, con botas, espuelas, sombrero emplumado, espada e incluso su bastón a su lado, como es habitual con oficiales españoles. Tan perfectamente fue la operación realizadada en el cuerpo, que presentaba con este equipamiento, una burla horrible y antinatural de sueño; ni nunca olvidaré la mirada pedregosa de los ojos de vidrio, cuando el cadáver del General salía de su puerta.

Al sonido de la música solemne la procesión se trasladó a lo largo de las calles de San Francisco y Espiritu Santo hacia la gran iglesia cerca de la Alameda. El ataúd fue colocado sobre un catafalco elevado ante el altar, cubierto con terciopelo negro e iluminado con cirios. Un servicio solemne se realizó con toda ayuda de esplendor eclesiástico—y una multitud de