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MÉXICO.

la subasta que su valor, la diferencia se da a sus propietarios originales.

Desde la Fundación de este Instituto admirable—que ha sido el medio de impedir tanta desgracia y miseria durante las dificultades revolucionarias de la Capital—2.282.611 personas han recibido socorro hasta comienzos de 1836. Durante el mismo período ha distribuido $31,674,702, además de dar $134.746 en limosna.

En el año 1837, ayudó a 29.629 personas por la distribución de $477,772 y dio $1.089 para misas hechas diariamente por tres capellanes, quienes recibieron un dólar para cada uno de sus servicios.

Puede hacerse una idea de la cantidad y variedad de las personas que obtienen asistencia del Monte Pio, caminando por sus extensos apartamentos. Allí se encontrará toda especies de prendas de vestir, desde el reboso en jirones de la lèpera hasta la mantilla de encaje de la dama noble; todo tipo de vestido, desde la manta del mendigo, a la capa militar y la espada enjoyada de oficiales empobrecidos; y, sobre joyas, Aladino no habría tenido nada que desear entre los brillantes ataúdes de diamantes por los cuales las mujeres de México son proverbiales.


MINERÍA.

La Minería—o escuela de minas—es uno de los más espléndidos edificios en América. Fue planeado y construido por Tolsa—el escultor de la estatua de Carlos IV.—y es una enorme pila de piedra, con patios, escaleras, salones y proporciones que adornarían los más suntuosos palacios de Europa. Pero esto es todo. El aparato es miserable; la colección de minerales absolutamente insignificantes; los alumnos pocos; y, entre los desechos y la soledad de la pila, vaga el renombrado Del Río—uno de los más estudiados naturalistas de este hemisferio—soltando sus dolores por la gloria pasada de sus escuelas favoritas.

Un edificio usado para fabricar tabaco, ubicado en la esquina noroeste de la ciudad, y construido por el gobierno español, se ha convertido en una ciudadela. Nunca la visité, y no puedo describir su interior.


ACCORDADA, O PRISIÓN PÚBLICA.

Pasando hacia el oeste, hacia el Nuevo Paseo de la Alameda, se cruza la plaza delante de la Acordada, la cárcel común de la Capital. En frene de una de sus alas una ventana baja está constantemente abierta y dentro, en un plano inclinado, se colocan los cadáveres encontrados diariamente dentro de los límites de la ciudad. Es casi imposible pasear por la mañana a los campos adyacentes, sin ver uno y con frecuencia dos cadáveres, extendidos sangrado en las piedras. Estas son las víctimas de alguna repentina