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enemigos de Colombia. Creo que llorase, como dice el señor P. S. ante el cadáver del general Piar, á quien hizo fusilar; y aun hallo posible que se afligiese ante la matanza de los veintidós capuchinos, frailes misioneros del Caroni. Para con sus adversarios del Perú, muy distinta fue siempre su conduela.

Yo no debo ni quiero hacer el proceso de Bolívar en Colombia, aunque para ello tenga á mano mucho de lo que escribieron sus émulos y contemporáneos, sin desdeñar ni el folleto del obispo de Popayán Jiménez de Encizo. Bástame juzgar á Bolívar en sus relaciones con mi patria.

Tratándose del envenenamiento de Sánchez Carrión, yo he dicho:— que la voz pública acusó á Bolívar de haberlo envenenado, estimando á su ministro como invencible obstáculo para la realización de los planes de vitalicia. Y tanto debió ser generalizado el rumor, que el mismo gobierno, pai^a acallarlo, dispuso la autopsia del cadáver. Apunto coincidencias, cito hechos y testimonios, examino los móviles y saco las deducciones, en mi concepto, razonables.

En cuanto á los planes de vitalicia, es decir de monarquía sin la palabra monarca, la cosa sin el nombre, al alcance de todos están las colecciones del Telégrafo y Mercurio de Lima correspondientes á los años de 27 á 28. Escritos hay allí que ponen en transparencia al ambicioso mandatario. Por no hacer demasiado extensa esta réplica, omito copiar algunos trozos que á mi propósito cuadrarían; pero no puedo excusarme de reproducir los siguientes acápites de las Memorias del general don Rudesindo Alvarado, y los reproduzco por no ser conocidos para los lectores del presente artículo.

Este curioso libro acaba de ser publicado en Buenos Aires, y debo á la bondad de mi viejo amigo, el general Espejo, ayudante que fué de San Martín, el ejemplar que poseo.

Residia Alvarado, en 1825, en Arequipa, y habitaba una quinta que le había cedido el prefecto don Pío Tristán. Llegó el Libertador á la ciudad, y la víspera de proseguir su marcha al Cuzco le dio Alvarado un convite. Cedamos la palabra á Alvarado.

El menor incidente basta, á veces, para revelar el pensa-