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E. BLASCO.

Elegante, correcto, gran gastrónomo, gran fumador, galante sin pretensiones y franco en los negocios como pocos, podéis tratar con él á ojos cerrados, que no es poco en los tiempos que corren. Un Gobierno conocedor de los hombres y de las cosas, en lugar de haber dado á Bayo un asiento en el Senado, le hubiera confiado una de esas direcciones en las que se puede hacer mucho por la agricultura y por la industria. Precisamente los hombres que no necesitan ni el sueldo ni las filtraciones que muchos encuentran en él, son los llamados á hacer algo desinteresadamente por su país.

Pero estos ricos que pueden votar un día lo que á los Gobiernos convenga, son los llamados á perder su tiempo en sesiones de esas muy brillantes páralos anales de la oratoria, pero muy infructuosas para el fomento de los intereses nacionales.

Si Bayo hubiera sido osado, ó parlanchín, ó entrometido, podría haber sacado partido de su nombre y de su crédito para apoderarse de algún alto cargo cuando han mandado los suyos.

Es un hombre serio, independiente, fier, como dirían los parisienses, y su actitud es relativamente pasiva.

No importa; la estimación de sus contemporáneos la tiene; en la alta banca es consideradísimo; y como cosechero, lo ha juzgado no hace muchos días un artista francés, el cual, al beber una copa de ese sabroso vino blanco dorado, que da tan grandes ideas á las imaginaciones meridionales, me decía: