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E. BLASCO.

de los advenedizos pasajeros, cuyo nombre no ha de pasar de las paredes del cementerio. Nada más fácil que nacer con un título de marqués y ser grande desde que se va en los brazos de la nodriza. Esto no cuesta trabajo alguno. Pero sucede que se anda por el mundo, y para que las gentes sepan con quién tratan, hay que darles una tarjeta en la que se lea El marqués de K***; y el serlo es tan fácil, que Cánovas, por ejemplo, hijo del pueblo, los hace cuando quiere. Lo difícil, lo meritorio en estos tiempos prácticos y de todo progreso, es salir á la calle y notar que todo transeúnte os mira, murmurando entre dientes vuestro apellido; es viajar en ferrocarril y que el interventor, al tomar el billete para hacerle el reglamentario agujero, recuerde haber visto vuestra fisonomía en algún retrato ó en alguna caricatura; es entrar en una tienda, comprar por valor de una cantidad que no se lleva en el bolsillo, encargar que envíen lo comprado á casa, y que el dependiente, al apuntar las señas y el nombre del comprador, levante los ojos y diga con asombro risueño: — ¡Ah! ¿Usted es Gayarre?— que equivale á decir: — ¡Conque usted es el ídolo del público? ¿Conque usted es el que era obrero, y luego fué corista, y después partiqumo, y más tarde tenor de provincia, y luego artista de primo cartello, y hoy asombro de Europa? — Porque aquel dependiente, lo mismo que el barrendero de la calle lector de los carteles de la víspera, saben que hay un español que sin títulos, ni grandes cruces, ni presidencia sin cartera, tiene el privilegio