La primera vez que Fortuny fué al estudio de Jiménez Aranda, en Roma, creyó que perdía su tiempo y que hacía un favor con la visita.
Pero así que entró y vió el cuadro que el artista titulaba Dios guarde al rey, varió de opinión y quedó sumamente sorprendido.
Jiménez Aranda no estaba pensionado por el Gobierno. Había ido á Roma con recursos propios ó por la protección de algún particular sevillano.
— ¿Para quién es ese cuadro? — preguntó Fortuny.
— Para nadie — respondió el artista con su habitual sequedad. — Yo no he vendido aún nada.
— Pues yo lo compro — dijo el artista catalán, que era entonces el dios de los pintores representantes en Roma de todos los países.
Y al salir del estudio les dijo á los artistas que formaban su cohorte y que le habían acompañado: