— No se debe desdeñar á nadie sin conocerle. Este hombre dibuja de una manera tal, que podría enseñar á todos.
Aquella misma tarde escribió á Stwart, el famoso coleccionista, y le dijo:
«Compre usted el cuadro que le enviaré en esta semana. Es obra de un artista especial de gran mérito, á quien no dudo en asegurar un porvenir brillantísimo.»
Stwart no discutía jamás una opinión de Fortuny. Envió el precio que éste le indicó, y adquirió el cuadro sin conocerlo.
Pero al venir Fortuny á París aquel invierno y visitar los salones del rico americano, llenos de obras de los primeros pintores del mundo, notó que el cuadro de Jiménez Aranda estaba encima de una puerta.
— ¡Cómo! — exclamó Fortuny con esa hermosa lealtad de criterio del genio que no conoce la envidia. — ¿Ha creído usted tal vez que mi carta era una recomendación y nada más? ¿No ha sabido usted apreciar lo que tiene? Coloque usted ese cuadro en lugar preferente.... ó quite usted todos los míos.
Y Fortuny tenía razón.
Preguntad á todos los artistas españoles que hay en París, por este pintor de primer orden, y veréis cómo ninguno le discute.
Hablan de él con respeto, con esa admiración sin frases hechas, que revela el éxito de un momento. Es un maestro.