Allá en el quinto infierno de París, en una de las callejuelas que dan al boulevard Montparnase, tiene su estudio, que forma parte de un hotelito, en el que vive como la ostra dentro de la concha, sin salir casi nunca y sin ocuparse del mundo para nada.
Es un hombre consagrado á su arte y á su familia. Rodeado de una mujer hermosa y de siete hijos encantadores, desde que sale el sol hasta que se pone no hace sino pintar y vender, porque desde hace algunos años sus cuadros son papel moneda en París, en Londres ó en New-York. A este artista excepcional, admiradísimo en el extranjero, le dieron en España hace poco, en cierta exposición, una tercera medalla. Ha necesitado, como Sarasate, como Gayarre, como Fortuny y como tantos otros, que el extranjero les consagre, para que la madre patria se entere de los hijos que tiene. ¡La madre patria, donde de un cualquier abogado parlanchín se hace un ministro, ó un general del primer coronel que se subleva!
Distínguense las obras de este pintor por una maestría tal en el dibujo, que no conoce entre los contemporáneos ninguno otro queje aventaje. Pinta de verdad, y domina de tal manera el natural, que sin su escrupulosidad proverbial podría muchas veces prescindir del modelo. Con los estudios del natural que hay en su estudio podría hacerse una galería de suma utilidad para los pintores que empiezan.
Especialista en su género, pinta lo que se llama en