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E. BLASCO.

llegare, en sus diferentes palacios y castillos; su palacio de Madrid, cuyas puertas se abrieron hace dos años después de una larga clausura, nos pareció la resurrección del feudalismo. Se dan papeletas para visitar la armería, como para verlos establecimientos del Estado; su biblioteca es célebre; en un pueblo de Alemania, donde tiene una casa de campo, nos refirieron hace diez años que cuando el Duque iba á pasar diez ó doce días, nadie podía hacer componer el reloj, porque el relojero del pueblo no podía, según orden-contrato, dedicarse durante la estancia del Duque en el pueblo, más que á los relojes de su Excelencia.

Y sin embargo, se ha dicho que el Duque que acaba de morir era el más pobre de los Osunas habidos y por haber. Su testamentaria pasa por el expediente más intrincado de la nación. Los acreedores de esta gran casa, según voz pública, figuran por centenares de millones, y aun así y todo, ha sido el embajador más ostentoso que España ha tenido en la corte más aristocrática del mundo.

— Después de él — decía hace once años un diplomático — ¿quién podrá ir á San Petersburgo?

Asombra, en efecto, la enumeración de sus larguezas en la corte del Czar.

Se sabe que solamente en abanicos regalados á las damas rusas gastó allí sesenta mil duros.

En cierta ocasión, el padre del Czar actual le regaló un perro soberbio.